Durante el último año y medio aproximadamente me estuvo costando mucho leer ficción, en especial novelas. No es que no leí ninguna, pero a la gran mayoría que tuve en mis manos sólo pude ofrecerles una lectura distraída, casi de compromiso (creo que la única excepción fue Jardines de Kensington, de Rodrigo Fresán). Las lecturas que más me apasionaron y lograron captar mi atención y concentración estuvieron vinculadas más que nada al cine y la filosofía. Y cuando creía que iba a terminar este año sin leer con devoción ninguna novela, apareció Lunar Park de Bret Easton Ellis. Y todo cambió (gracias Fer por convencerme de leerla).
Cuarta novela del autor de Menos que cero y Psicópata americano, Lunar Park fue publicada en medio de una buena campaña de publicidad. Todo estaba servido para que Ellis volviera a recuperar su status de rock star literario: después de seis años de silencio el niño rebelde de las letras norteamericanas reaparece con un libro que podría ser, nada más y nada menos, que una autobiografía inescrupulosa y exagerada. Y es justamente esto lo que me hacía dudar un poco: de puro prejuicioso se me ocurrió que sería un superficial y autoindulgente relato de un escritor demasiado convencido de su genialidad y rebeldía. Y para colmo, lejos ya de su esplendor. Pero ni bien leí las primeras cincuenta páginas confirmé, por si hacía falta, lo estúpido que suelen ser mis pensamientos, porque no había dudas de que Lunar Park era un gran libro, extrañamente tierno y aterrador, divertido y trágico, un libre ejercicio de imaginación desatada a la vez que un acto de dolorosa confesión personal.
A medida que van pasando los capítulos de la novela –cuyas variaciones de tono e intensidad hacen del libro el mejor y más rico ejercicio estilístico del autor- Bret Ellis (el escritor) nos va mostrando como “Bret Ellis” (el protagonista, que también es escritor) se va desconstruyendo ante sus propios fantasmas y miedos, pasados, presentes y futuros, hasta quedar completamente desnudo frente a nuestros ojos. En medio de un relato que se va enrareciendo y volviendo cada vez más agobiante, el Ellis escritor nos muestra su propia esencia, su cosa en sí, su voluntad, o como se lo quiera llamar. Pone de manifiesto qué es lo que ha sostenido a los jóvenes vacíos y enviciados de Menos que Cero o al Patrick Bateman de Psicópata americano. El y nada más que él. Y su padre, claro, esa sombra con la que necesita ajustar cuentas y sin la cual, por fortuna o desgracia, nunca hubiéramos tenido una novela tan horrorosamente conmovedora como Lunar Park.
Ahora que recuperé las ganas de leer ficción, voy a meterme de lleno en la nueva novela de Marcelo Cohen, Donde yo no estaba. Parece todo un desafío (Cohen siempre lo es). Setecientas páginas no es poco. Veremos qué pasa.
lunes, octubre 23, 2006
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