martes, marzo 27, 2007
miércoles, marzo 21, 2007
Angustia de los fuertes
* Para este texto corre lo mismo que para el anterior. Además es parecido a uno que escribí antes para este blog, pero con ciertos cambios.
Inmune al mediocre devenir de la gran parte cine industrial estadounidense, la obra de Micheal Mann se fue constituyendo, película a película, como un universo particular y fácilmente reconocible, cada vez más completo y profundo, a la vez que más estilizado en su forma. En la constante marcha hacia delante que significa una filmografía como la suya, donde cada película es una afirmación de búsquedas anteriores al mismo tiempo que un punto de partida para sumar otras nuevas, Miami Vice vendría a hacer algo así como una culminación, una cima, un punto de llegada. Todos los temas que Mann ha retratado y todas sus huellas estilísticas alcanzan en su último film un acabado y equilibrio perfectos. Sabiendo que Mann es de esos realizadores que prefieren verse a sí mismos como artesanos antes que como artistas, es fácil imaginarlo orgulloso de los resultados obtenidos en Miami Vice, cuyos logros son el fruto de una convicción profesional que lo ha llevado a superarse de manera constante. Luego de Colateral, un film que de alguna manera puede tomarse como una reflexión sobre su propia obra, a Mann le quedaba dar un último paso: el de realizar un trabajo perfecto que vuelva a poner en funcionamiento todos los tópicos de su obra pero para ser extremados –en todos los sentidos posibles- y así darles fin. Y lo hizo.
Puede pensarse que en estas apreciaciones hay un alto grado de especulación, sin embargo el hecho de que el director haya decidido hacer una película titulada Miami Vice, retomando aquella serie de la que fue creador y productor pero cambiándole totalmente el sentido en función al desarrollo de su obra posterior, no hace más que confirmar las sospechas. Mann toma uno de los emblemas de su carrera y lo reformula a partir de todo lo que aprendió y consiguió con los años. Miami Vice -la película- es en definitiva el film con el que el director pone en relieve todo el camino que recorrió, el acontecer de su mirada y los alcances de su cine.
Uno de los primeros rasgos a destacar del cine Michael Mann, y que desde ya está presente en Miami Vice, es su pertenencia a lo que comúnmente se señala como cine de acción. Sin embargo, esta denominación, cuya vaguedad puede incluir desde westerns o policiales hasta filmes de aventuras, toma en su filmografía otra dimensión y un significado más interesante. El de Mann es un cine de acción no porque haya explosiones, disparos o violencia, sino porque sus personajes estás constantemente actuando y accionando. Fuertes, viriles, leales, decididos y profesionales, estos personajes entienden que la esencia del hombre es la de actuar, y quien no es capaz de hacerlo, quien está quieto o duda, es un “no-ser”. Así, ser o no ser una persona de acción se convierte en una cuestión existencial. En la filmografía previa se puede apreciar el paso de un “no-ser” a un “ser” de manera clara en los personajes de Russell Crowe en El informante y en el de Jamie Fox en la ya citada Colateral. En ambos casos, además, estaba la figura de un personaje que los iniciaba, aquellos interpretados respectivamente por Al Pacino y Tom Cruise, los dos hombres profesionales hechos y derechos. En Miami Vice no hace falta ninguna iniciación: todos son, de principio a fin, seres de acción ya constituidos. En un momento de la película uno de los oficiales le dice a otro algo así como: “este es el momento en que sacamos nuestras placas llevamos adelante nuestro trabajo”. Con esas palabras queda definida su esencia y su moral. Los seres de Miami Vice (en especial sus protagonistas, Rico y Sonny) son puro accionar, por eso lo que realmente importa en el desarrollo de la película son sus movimientos y no tanto la trama o el argumento, que de hecho están completamente diluidos en el constante vendaval de imágenes y sonidos con los que Mann representa la voluntad de los personajes. Y ahí radica uno de los grandes méritos del director: hacer que cada plano muestre con precisión y sin declamación alguna, la razón de ser de sus personajes, su moral y sus capacidades. Cada tiroteo que resplandece en la pantalla no es el festejo gratuito y superficial de efectos especiales, sino la consecuencia natural de la única forma que tienen los sujetos que la habitan de relacionarse con el medio. Es la manera de mantenerse vivos en un universo oscuro, hostil y carente de sentido. En definitiva, la ética de la acción que llevan adelante los personajes de Mann es lo que les permite mantener su dignidad en un mundo desordenado y amargo en el que la felicidad no es otra cosa que una imposibilidad.
Y si ese universo que se pone en juego en Miami Vice resulta desordenado es porque no hay forma de encontrarle una justificación; es un juego en el que los jugadores no saben a quién responden y mucho menos en función de qué lo hacen. Más allá de que sean policías o narcotraficantes, lo que está claro es que toda acción llevada adelante por cualquiera de ellos responde a alguien o algo más, desconocido e invisible, pero que pese (o gracias) a su invisibilidad maneja sus destinos de manera inexorable. Por otro lado, los protagonistas de Miami Vice no son héroes ya que carecen de conciencia de Bien. No tienen tiempo ni espacio para ello: lo suyo -ya se ha dicho- es mantenerse en pie con la mayor dignidad posible por medio de la única forma que tienen para hacerlo: la acción. Pueden cumplir su tarea y cerrar un caso, pero al fin de cuentas el suyo es un trabajo inútil, o por menos muy limitado, ya que el funcionamiento de ese oscuro universo seguirá inalterable. Por eso la amargura que se siente en cada plano de la película y que también está presente en cada uno de los gestos de sus personajes.
Cine de acción entonces, sí, pero uno muy particular y de alcances existencialistas, cuyo fin no es la simple construcción de un espectáculo sino la representación de una vieja angustia humana: la de saberse inútil en un mundo ajeno y hostil.
Inmune al mediocre devenir de la gran parte cine industrial estadounidense, la obra de Micheal Mann se fue constituyendo, película a película, como un universo particular y fácilmente reconocible, cada vez más completo y profundo, a la vez que más estilizado en su forma. En la constante marcha hacia delante que significa una filmografía como la suya, donde cada película es una afirmación de búsquedas anteriores al mismo tiempo que un punto de partida para sumar otras nuevas, Miami Vice vendría a hacer algo así como una culminación, una cima, un punto de llegada. Todos los temas que Mann ha retratado y todas sus huellas estilísticas alcanzan en su último film un acabado y equilibrio perfectos. Sabiendo que Mann es de esos realizadores que prefieren verse a sí mismos como artesanos antes que como artistas, es fácil imaginarlo orgulloso de los resultados obtenidos en Miami Vice, cuyos logros son el fruto de una convicción profesional que lo ha llevado a superarse de manera constante. Luego de Colateral, un film que de alguna manera puede tomarse como una reflexión sobre su propia obra, a Mann le quedaba dar un último paso: el de realizar un trabajo perfecto que vuelva a poner en funcionamiento todos los tópicos de su obra pero para ser extremados –en todos los sentidos posibles- y así darles fin. Y lo hizo.
Puede pensarse que en estas apreciaciones hay un alto grado de especulación, sin embargo el hecho de que el director haya decidido hacer una película titulada Miami Vice, retomando aquella serie de la que fue creador y productor pero cambiándole totalmente el sentido en función al desarrollo de su obra posterior, no hace más que confirmar las sospechas. Mann toma uno de los emblemas de su carrera y lo reformula a partir de todo lo que aprendió y consiguió con los años. Miami Vice -la película- es en definitiva el film con el que el director pone en relieve todo el camino que recorrió, el acontecer de su mirada y los alcances de su cine.
Uno de los primeros rasgos a destacar del cine Michael Mann, y que desde ya está presente en Miami Vice, es su pertenencia a lo que comúnmente se señala como cine de acción. Sin embargo, esta denominación, cuya vaguedad puede incluir desde westerns o policiales hasta filmes de aventuras, toma en su filmografía otra dimensión y un significado más interesante. El de Mann es un cine de acción no porque haya explosiones, disparos o violencia, sino porque sus personajes estás constantemente actuando y accionando. Fuertes, viriles, leales, decididos y profesionales, estos personajes entienden que la esencia del hombre es la de actuar, y quien no es capaz de hacerlo, quien está quieto o duda, es un “no-ser”. Así, ser o no ser una persona de acción se convierte en una cuestión existencial. En la filmografía previa se puede apreciar el paso de un “no-ser” a un “ser” de manera clara en los personajes de Russell Crowe en El informante y en el de Jamie Fox en la ya citada Colateral. En ambos casos, además, estaba la figura de un personaje que los iniciaba, aquellos interpretados respectivamente por Al Pacino y Tom Cruise, los dos hombres profesionales hechos y derechos. En Miami Vice no hace falta ninguna iniciación: todos son, de principio a fin, seres de acción ya constituidos. En un momento de la película uno de los oficiales le dice a otro algo así como: “este es el momento en que sacamos nuestras placas llevamos adelante nuestro trabajo”. Con esas palabras queda definida su esencia y su moral. Los seres de Miami Vice (en especial sus protagonistas, Rico y Sonny) son puro accionar, por eso lo que realmente importa en el desarrollo de la película son sus movimientos y no tanto la trama o el argumento, que de hecho están completamente diluidos en el constante vendaval de imágenes y sonidos con los que Mann representa la voluntad de los personajes. Y ahí radica uno de los grandes méritos del director: hacer que cada plano muestre con precisión y sin declamación alguna, la razón de ser de sus personajes, su moral y sus capacidades. Cada tiroteo que resplandece en la pantalla no es el festejo gratuito y superficial de efectos especiales, sino la consecuencia natural de la única forma que tienen los sujetos que la habitan de relacionarse con el medio. Es la manera de mantenerse vivos en un universo oscuro, hostil y carente de sentido. En definitiva, la ética de la acción que llevan adelante los personajes de Mann es lo que les permite mantener su dignidad en un mundo desordenado y amargo en el que la felicidad no es otra cosa que una imposibilidad.
Y si ese universo que se pone en juego en Miami Vice resulta desordenado es porque no hay forma de encontrarle una justificación; es un juego en el que los jugadores no saben a quién responden y mucho menos en función de qué lo hacen. Más allá de que sean policías o narcotraficantes, lo que está claro es que toda acción llevada adelante por cualquiera de ellos responde a alguien o algo más, desconocido e invisible, pero que pese (o gracias) a su invisibilidad maneja sus destinos de manera inexorable. Por otro lado, los protagonistas de Miami Vice no son héroes ya que carecen de conciencia de Bien. No tienen tiempo ni espacio para ello: lo suyo -ya se ha dicho- es mantenerse en pie con la mayor dignidad posible por medio de la única forma que tienen para hacerlo: la acción. Pueden cumplir su tarea y cerrar un caso, pero al fin de cuentas el suyo es un trabajo inútil, o por menos muy limitado, ya que el funcionamiento de ese oscuro universo seguirá inalterable. Por eso la amargura que se siente en cada plano de la película y que también está presente en cada uno de los gestos de sus personajes.
Cine de acción entonces, sí, pero uno muy particular y de alcances existencialistas, cuyo fin no es la simple construcción de un espectáculo sino la representación de una vieja angustia humana: la de saberse inútil en un mundo ajeno y hostil.
viernes, marzo 09, 2007
Estrenos al paso
El culto siniestro: Nicolas Cage está bastante controlado. Eso es bueno. Neil LaButte en la dirección. Interesante. Un comienzo más o menos inquietante. Y a los 20 minutos uno ya se da cuenta de que es una porquería. Esta es seguramente una de las películas más ridículas del año. Ni una sola escena que genere clima, nada de suspenso; diálogo con información + diálogo con información para ver si de esa manera se puede generar interés (voy a ser obvio y citar al Maestro: “fotos de gente hablando”). Música al palo para avisar que, oh, pasan cosas raras en la isla. Final con vuelta de tuerca + epílogo canchero. Y pura misoginia (intencional o no). Una pelotudez olímpica.
Se supone que es una remake. Si es así, nunca vi la original.
Crank, Veneno en la sangre: Está Jason Statham y eso es bueno. Duro, simpático, gracioso y buen actor. Es más de lo que ya vimos (y disfrutamos) en El Transportador y su secuela. Delirio, nada de argumento, una serie continua y vertiginosa de escenas de acción: algunas bien resueltas y otras demasiado caprichosas. Clipera: a veces para bien y otras para mal. Muy feítas las imágenes del corazón de Statham. Festiva y sin miedo al ridículo. No es mucho y alcanza hasta ahí.
Escándalo: Duelo actoral. Las dos –Dench y Blanchett, una de las mujeres más hermosas que existen- están muy bien. ¿A quién le importa?
Más extraños que la ficción: Will Ferrell de repente escucha lo que dice la vos en off. Se da cuenta de que una escritora es la que maneja su devenir. Buena idea y buena elección la de inscribir la historia dentro de una comedia fantástica. Sin duda había material para mucho. Además de lo divertido y disparatado de la situación, había espacio para reflexionar sobre las angustias existenciales, sobre la creatividad y el proceso creativo, sobre la representación. Bueno, será en otra oportunidad. Acá lo único que hay es un manual para saber tomar buenas decisiones en la vida. No quiero exagerar ni alarmarme de antemano, pero teniendo en cuenta lo que le pasó a Adam, lo digo y lo grito: ¡NO SE LLEVEN A WILL TAMBIEN POR FAVOR!
Reflexión nada brillante: Se me ocurre que más que nunca es necesario reivindicar la presencia de autores. Estas películas si carecen de algo es de eso: de directores que aporten una mirada y un estilo; de realizadores que se lancen a la busca de una puesta en escena: o sea, de autores. Lejos de algunas opiniones que han surgido en los últimos tiempos pienso que sigue siendo necesario hablar de cine de autor (sin caer en los didactismos y tilinguería habituales). La crítica –sin renunciar a otros puntos de vista, claro- debe seguir mirando desde ese lugar. Si como decía Rohmer la misión de la crítica es ver qué películas son importantes para el cine, es imposible prescindir de una mirada autorista.
Si Apocalypto es una película extraordinaria es porque hay un autor detrás.
Nada más.
Se supone que es una remake. Si es así, nunca vi la original.
Crank, Veneno en la sangre: Está Jason Statham y eso es bueno. Duro, simpático, gracioso y buen actor. Es más de lo que ya vimos (y disfrutamos) en El Transportador y su secuela. Delirio, nada de argumento, una serie continua y vertiginosa de escenas de acción: algunas bien resueltas y otras demasiado caprichosas. Clipera: a veces para bien y otras para mal. Muy feítas las imágenes del corazón de Statham. Festiva y sin miedo al ridículo. No es mucho y alcanza hasta ahí.
Escándalo: Duelo actoral. Las dos –Dench y Blanchett, una de las mujeres más hermosas que existen- están muy bien. ¿A quién le importa?
Más extraños que la ficción: Will Ferrell de repente escucha lo que dice la vos en off. Se da cuenta de que una escritora es la que maneja su devenir. Buena idea y buena elección la de inscribir la historia dentro de una comedia fantástica. Sin duda había material para mucho. Además de lo divertido y disparatado de la situación, había espacio para reflexionar sobre las angustias existenciales, sobre la creatividad y el proceso creativo, sobre la representación. Bueno, será en otra oportunidad. Acá lo único que hay es un manual para saber tomar buenas decisiones en la vida. No quiero exagerar ni alarmarme de antemano, pero teniendo en cuenta lo que le pasó a Adam, lo digo y lo grito: ¡NO SE LLEVEN A WILL TAMBIEN POR FAVOR!
Reflexión nada brillante: Se me ocurre que más que nunca es necesario reivindicar la presencia de autores. Estas películas si carecen de algo es de eso: de directores que aporten una mirada y un estilo; de realizadores que se lancen a la busca de una puesta en escena: o sea, de autores. Lejos de algunas opiniones que han surgido en los últimos tiempos pienso que sigue siendo necesario hablar de cine de autor (sin caer en los didactismos y tilinguería habituales). La crítica –sin renunciar a otros puntos de vista, claro- debe seguir mirando desde ese lugar. Si como decía Rohmer la misión de la crítica es ver qué películas son importantes para el cine, es imposible prescindir de una mirada autorista.
Si Apocalypto es una película extraordinaria es porque hay un autor detrás.
Nada más.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)