A pocos días de comenzado el año apareció, como un regalo de Reyes más que bienvenido, Tempestad y asalto, primera novela de Ángel Faretta que desde el título mismo establece su linaje espiritual y estilístico.
Tempestad y asalto, Sturm und Drang en alemán, refiere, sin más, a aquel movimiento que dio origen al Romanticismo y que tenía como fin terminar con el así llamado iluminismo. La novela de Faretta, ambientada en la otra América, la del sur, entre la segunda mitad del siglo XVIII y los primeros años del XIX, se inscribe tal vez como la primera obra verdaderamente romántica producida en Argentina. Decimos “verdaderamente romántica” porque hubo desde siempre un malentendido, incluso una inversión, del sentido real de ese movimiento que opuso a la ilustración, al racionalismo y a sus ilusiones tiránicas de progreso una serie de ideas, sentimientos y expresiones anímicas que se tradujeron en diferentes formas de representación, entre las que se destacó el relato fantástico, fruto de la imaginación de ciertas mentalidades que se resistían a vender sus almas y resignarse a tomar el camino que Europa empezaba a trazar como único posible. Ese estado anímico y mental de los románticos puede resumirse, tomando un ejemplo claro y cuyo eco resuena en Tempestad y asalto, en el nombre de E.T.A Hoffman, autor del ejemplar cuento El hombre de arena. Caminado seguro por esas sendas, Faretta construye su novela a partir de las aventuras de Santiago Lenz y Afín Urruchúa, quienes deben enfrentarse a un misterioso personaje llamado Mertens, que antes fue el profesor de “física trascendental” Kleist, y que antes fue... tantos, tantos otros hombres. La constante aparición de este caballero, sus siniestras intenciones, sus conocimientos alquímicos y las consecuencias que esos conocimientos generan en el interior del joven Lenz son pistas suficientes para que podamos entrever su verdadera, maligna, identidad. A partir de este enfrentamiento, sugerido en las primeras páginas y luego resuelto en un final tan potente en imágenes que nos hace pensar en el mejor John Carpenter, el autor irá tejiendo toda una red de situaciones y peripecias fantásticas (y lo fantástico es, sin más, reflejo poético de la metafísica) que hacen de la lectura de la novela una experiencia por demás placentera, mientras que su halo misterioso hará que nos preguntemos qué hay detrás del relato.
Y aquí sería bueno que nos planteáramos la siguiente pregunta: ¿cómo es posible escribir un relato de esta clase en esta época y en este lado del mundo sin caer en un neo o tardo-romanticismo, en el ejercicio de estilo vacuo? La respuesta, luego de leer Tempestad y asalto, es: desde la autoconciencia (1) . Este saber autoconciente le permite al autor reconocer los límites del Romanticismo, y más aún, aceptar que no se puede –no se debe- ser romántico en nuestra época, sino que, en todo caso, se debe tomar de ese movimiento lo que tiene de operativo y reactualizarlo. Para ello, genial y sintéticamente, Faretta recurre a otro movimiento, aquel que tuvo más claros sus fines y política: el Barroco. Y este elemento se refracta en el costado histórico de la novela que pone de relieve algunos de los sucesos que fueron anticipando el nacimiento de nuestra Nación. Este plus que Faretta le da al relato fantástico, esta vuelta que le agrega a la espiral (figura simbólica que aparece una y otra vez a lo largo libro) actúa como cura y evita la caída en ese posible neo o tardo-romanticismo (2).
Referirse a lo barroco, si se entiende bien el término, es hacerlo directa o indirectamente, a la obra de los hombres de la Compañía de Jesús, protagonistas fundamentales de Tempestad y asalto. Buena parte de la fábula transcurre en los tiempos de la expulsión de estos hombres, situación ante la cual algunos optaron por la resistencia, otros se resignaron, y finalmente un tercer grupo tomó la decisión de “entrar en el mundo”. Así, simulando ser parte del nuevo orden (emboscándose, decimos, tomando palabras de Jünger) los viejos integrantes de la Compañía permanecieron como sociedad secreta, como guardianes de la Tradición, que en el nuevo mundo ya comenzaba a ser borrada. Uno de esos hombres es Theodor Lenz, padre de Santiago nada menos.
Pero la impronta barroca de la novela no se reduce a meras referencias sobre los jesuitas sino que se deja notar en el talante y la construcción de sus frases, que a veces parecen hacer una de más, pero no como producto de quien carece de estilo y entonces agrega más palabras sin sentido, sino como –precisamente- ese proceder jesuítico en el que, como explica Urruchúa en alguna de las páginas de su diario, hay “un ritualizado desgaste, un desperdicio minucioso de lo superfluo, como quien se purga de una sangre demasiado espesa, un carácter siempre cercano a la ira, una plétora siempre a punto de rebosar por exceso de imaginación y de alcanzar su hybris. Y en ese desagotar lo excesivo se alcanza un estado alterno y cercano a lo sacrifical”. Toda una definición del arte barroco.
Y por otro lado –por el mismo en realidad- hay una fuerte presencia de la política barroca, la última de voluntad ecuménica, aquella que en buena medida llegó a estas tierras mediante los Padres de la Compañía para traer la Tradición y que, una vez en retirada (por la fuerza), supo emboscarse, como decíamos antes, para salvaguardarla de “las luces”. Faretta une, mediante una operación literaria fascinante, la conspiración de los “alumbrados” (término irónico y nada ingenuo que utiliza Theodor Lenz para referirse a los partidarios del iluminismo) con las intenciones de Kleist-Mertens. Y al llevar adelante tal operación, toma posición, define los bandos. Hace verdadera política.
Años después –sabemos- vendrán los sucesos de mayo, en los que, si no entendimos mal la novela y nuestra Historia, la pugna entre esos bandos se verá reflejada en la Revolución, y de allí en más durante todo el todo siglo XIX argentino. Y recordemos, dato nada menor y pocas veces resaltado, que la Independencia es un acto de secesión frente a la España borbónica, la que tuvo lugar luego del fin del reinado de los Austrias. O sea la España que ya quería olvidarse de su espíritu tradicional.
Es Tempestad y asalto, con su romanticismo reconducido hacia lo barroco, con su universo fantástico y su anclaje histórico, un posible nuevo punto de partida para pensar y repensar el nacimiento de nuestra Patria. Y lo que fue, y lo que aún espera ser.
Hemos escrito algunas líneas y lejos creemos estar aún de dar cuenta de la profundidad de la novela. Hay símbolos y sentidos todavía por revelar. Nos queda mucho por entender. Una tarea por demás estimulante.
1- Tomamos la definición de autoconciencia que el propio Faretta acuñó en su libro El concepto del cine: “se sabe que se sabe y se sabe qué se sabe”.
2- De la misma manera podríamos decir que la impronta fantástica-romántica de la novela evita que el costado histórico caiga en el ya por demás desgastado, y desde siempre inútil, historicismo.