Muchas cosas le debemos al cine. En menos de cien años fue capaz de recorrer, analizar, juzgar y finalmente reconfigurar toda la historia de Occidente.
En esta era de negación, confusión e inversión, el cine fue (y es, ya que sus obras siguen operando más allá del paso tiempo, si así somos capaces de verlo) un puente precioso que le permitió al hombre moderno recordar su origen, su tradición. El pensar analógico, la capacidad mito-poética, las funciones terrenales (haciendo fuerte hincapié en la heroica), la condición trágica y los valores trascendentes fueron elementos que el cine, a través de sus obras, volvió a poner en circulación, reconfigurándolos a través de diégesis “contemporáneas”.
Esa reconfiguración fue una operación necesaria, además de otro de los actos de aceptación por parte cine. Lo que aceptó fue el estado del mundo, su materialismo y mentalidad pragmática. Y así, aceptando tal fatalidad, fue capaz de llevar adelante aquella reconfiguración (extremando lo hecho por un Poe, por ejemplo).
Pero dicha reconfiguración siempre esquivó la confusión, la alegorización y la inversión de aquellas capacidades tradicionales. Así es como, por ejemplo, en el western vemos el despliegue del heroísmo homérico bajo otras formas, reactualizado y en constante accionar. Así también vemos en Hitchcock la aparición permanente de mitos que no se nombran de forma explícita (aunque se nos dé pistas muy claras al respecto). Lo importante, claro, no es tanto el hecho de reconocer a qué mito en particular refiere cada película o escena filmada por el Maestro como la transmisión de los fondos de ser de esos mitos.
El cine entonces acepta la condición del mundo para simultáneamente señalar las puertas de salida; o los puentes que nos ayudarían a pasar por arriba de esta tierra baldía; o como lo hizo James Cameron no hace muchos años, los botes para sobrevivir al naufragio.
Watchmen, película adaptación de un famoso y aclamado comic, es todo lo contrario a lo que venimos describiendo sobre el cine. Es una negación constante. Por un lado niega todo orden narrativo y estético. En lugar de ese orden, impone un caos que abruma con sonidos furibundos y violencia, ralentis efectistas y canciones famosas. La narración se deshace en subtramas y flashbacks que también abruman en lugar de enriquecer el relato. Y como si no fuera suficiente, Watchmen busca compensar su espectacularidad vacua con un tono solemne que atraviesa las casi tres horas que dura. Pareciera que hay una pretensión (pseudo)filosófica en la película, con cada personaje representando diferentes posturas. Así se expresa en cada diálogo, siempre pronunciado con un tono de gravedad que lleva a la risa. Se habla de la percepción del tiempo, de principios morales, de Alejandro Magno, de faraones, hay un personaje con cualidades que se suponen divinas... La operación es simple: la idea de hacer algo prestigioso citando o nombrando ciertos temas que de por sí se creen importantes, sin reparar en que en todo caso lo importante es hacer de esos temas algo actual, que se despliegue frente al espectador en estado operativo.
Es, como se ve, un híbrido, una gran celebración del estado de confusión mediante la anulación del potencial estético-simbólico del cine.
Y la confusión lleva a la inversión. Creyendo que se reflexiona sobre lo heroico, ese elemento se niega y se invierte. No hay héroes ambiguos o conflictuados. Hay, sin más, personas con ciertas capacidades extraordinarias (físicas, intelectuales) incapaces de usarlas con virtud. Alguien podría decir que justamente lo que la película plantea es que en un mundo como el que se describe en la fábula es imposible tal cosa. Pero para eso sería necesaria la aparición de algún elemento que se contraponga a ese (des)orden establecido y cuya voluntad sea vencida o imposibilitada de desarrollar. Ni hay contraposición alguna, ni de manera explicita y mucho menos simbólica. Las puertas están cerradas, los puentes derrumbados y los botes hundidos. Sencillamente porque no hay más allá posible. Y es esto último la causa de todos los males de la película.
Es posible que Watchmen grite que el mundo es una porquería, feo, violento, inexplicable. Lo hace a grito furioso, haciéndose notar. Pero decide quedarse ahí, convirtiéndolo en espectáculo masivo, en una celebración cínica. Tan cínica como todos sus protagonistas.
Watchmen es una larga publicidad de algo que el cine, con su sentido heroico y trascendente, siempre combatió: el nihilismo.