Próximamente se estrenará en nuestro país la película Camino, del director español Javier Fesser, responsable hasta el momento de otros dos títulos: El milagro de P. Tinto y La gran aventura de Mortadelo y Filemón. Camino data del año 2008, y ha generado en su momento una gran polémica debido a la historia en que se basa: la vida de Alexia González-Barros, una niña que falleció en 1985, cuando apenas tenía 14 años, a causa de un cáncer que se le había presentado algunos meses atrás. Por la forma en que llevó adelante su enfermedad, por la manera en que voluntariamente ofreció su sufrimiento, actualmente su caso se encuentra en proceso de beatificación.
El dato fundamental de la biografía de Alexia es que su familia era miembro del Opus Dei, prelatura de la Iglesia Católica a la que las polémicas nunca le han sido ajenas. Bien, si digo que este dato es lo fundamental es porque para el director Fesser, así como también para quienes se propiciaron y propiciarán como sus defensores, esa institución representa, dentro de su película, el mal, o lo que alguien como Fesser puede entender por tal cosa. Digamos entonces que el Opus Dei, con sus representantes, sus creencias y sus modos es –en principio- el responsable de los padecimientos de Camino (nombre en la ficción del personaje inspirado en Alexia), tan a la par de la propia enfermedad. O, al menos, de los padecimientos a nivel espiritual o psicológico (vaya uno a saber qué palabra convendría usar en este caso, porque sinceramente es muy difícil imaginar qué concepción o visión de la vida y del hombre puede tener alguien como Fesser).
No tratará de ser este escrito una defensa de la institución fundada por Escrivá de Balaguer; claro que tampoco será un ataque. Al respecto de dicha prelatura, sólo señalaremos que en general se habla desde la absoluta ignorancia, desde el prejuicio y desde el odio. Se repite una y otra vez lo horroroso que es el Opus Dei, pero pocas veces se lo hace con fundamentos. Y leyendo las críticas sobre la película Camino, hemos podido comprobar esto una vez más: está lleno de repetidores que hablan y escriben todos los lugares comunes que siempre aparecen a la hora de referirse a la Obra. Repetimos: no nos importa hacer aquí una defensa de la Obra, pero sí nos interesa marcar cómo se habla sin la mínima competencia en el tema, porque eso nos lleva al siguiente punto: esta soberbia ignorancia no es exclusiva de las opiniones acerca de la prelatura, sino que ellas son apenas una extensión de la actitud que en general se tiene sobre lo católico. La ignorancia y el consecuente odio hacia lo católico es el fundamento último de todo esto. Y eso es en definitiva lo que expresa Fesser con su película; ésta no es anti Opus Dei, sino que es furiosamente anti-católica, anti-cristiana, y anti-religiosa. Y toma esa posición de manera grosera y vil.
Siempre pensé que ante los ataques contra la religión que uno profesa, la última actitud posible era la de sentirse ofendido. Jamás me sentí así, y eso que las muestras de odio son diarias. Pero, ¿cómo sentirse ofendido?; ¿puede, por ejemplo, ofender la opinión de un pobre profesor de sociología o de un periodista?; ¿puede ello socavar algo tan inmenso como el sentimiento de fe?. No hay manera. O también: ¿podemos darnos el lujo de sentirnos agraviados por tantos y tantos opinólogos progresistas cuando uno tiene de su lado a, qué sé yo, los textos de San Agustín? Y qué tanto: si contamos con Hitchcock, Ford, y Cameron, ¿qué ofensa podemos sentir? Ninguna. Ponerse en el rol de indignado no es la actitud que nos corresponde, tenemos con qué contrarrestar. Es más, todo ataque debe ser una excusa, una posibilidad para exponer nuestras virtudes. Entre las que debe estar, claro, la caridad, incluso hacia aquellos que nos estén atacando. En resumen: no es menester de un cristiano adoptar el martirio derrotista de la ofensa.
Pero esta idea –fatalmente- ha llevado implícita una cuota de soberbia; y así he de confesarlo en este momento. Y eso lo descubrí mientras padecía viendo la película de Fesser. Aquella fortaleza, al menos durante las horas que duraba la película, me había abandonado. Sino ofensa (me niego a ponerme en ese lugar, que por otro lado suena a la queja de un progresista dispuesto a salir corriendo al INADI), sí sentí un profundo malestar, un dolor ante tanta maldad y vileza expuestas con total impunidad. Un dolor que se movía en dos direcciones. Por un lado como consecuencia del bajísimo ataque de la película hacia mi religión, y por el otro, porque no podía dejar de pensar en lo mal y también doloridos (pero a un nivel impensable) que podrían llegar a sentirse los familiares y amigos de Alexia, porque si bien el film “es una ficción”, la dedicatoria a su memoria hace que se vuelva imposible separar el relato de los hechos verdaderos. Y así, todo lo que Fesser se inventa en el film, quedará para muchos espectadores como hechos históricos, y el director logrará el objetivo de contribuir a la leyenda negra, no sólo del Opus Dei, sino del catolicismo, y de lo religioso.
Luego de ver el film, leí que Fesser tuvo el descarado atrevimiento de invitar a los familiares de Alexia al estreno de Camino, en donde se recrean los padecimientos que el cáncer le generó a la niña, y en la que se ataca la fe de ella y su familia, gracias a la cual pudieron enfrentar tanto dolor. Sinceramente creo que hay que ser muy perverso y muy hijo de puta.
Al respecto, algunos fragmentos de una carta escrita por uno de los hermanos de Alexia, dirigida al director, resultan ejemplares: "Me senté a ver tu rueda de prensa en el Festival de San Sebastián con un objetivo: quería oír cómo argumentabas ante los periodistas que nunca te pusiste en contacto con nosotros y por qué no has atendido nuestra petición formal de que retirases de tu película la referencia explícita a Alexia”. Luego, en referencia a la escena final de la película, una de las más abyectas que se hayan filmado jamás, en la que familiares, curas, enfermeras, etc. aplauden en el momento de la defunción de la niña, dice: “No debería hacer falta que te diga que mi hermana Alexia no murió rodeada de aplausos. Murió rodeada de cariño. Cariño de sus seres queridos: padres y hermanos y con el silencio respetuoso de las enfermeras, doctores y enfermos que motu propio se acercaron a la habitación de Alexia. Murió mientras intentábamos tragar nuestras lágrimas, porque –no lo olvides– para nosotros era un verdadero drama el pensar en tener que soportar su pérdida. Ya ves qué actitud tan poco original. Una gran pena por la pérdida de un ser muy querido. Y es verdad que el gran pesar de su pérdida solo se dulcificaba por el convencimiento íntimo de que Alexia había dejado de sufrir y estaba en el cielo. Reconozco que esa es la ventaja de ser creyentes”.
La película narra los últimos meses de la vida de Camino, nombre tanto del personaje central como del film en sí, y que es tomado sarcásticamente del título del libro escrito por el fundador del Opus Dei. Esos meses están marcados por la enfermedad de la niña, un cáncer que entre otras cosas la dejará paralítica y, finalmente, le terminará causando la muerte. En ese proceso, la madre es una de las villanas, una fanática e irracional y castradora mujer religiosa manejada por los siniestros representantes de la Obra (contamos según el punto de vista de la película), a la que no le gusta que su hija participe en una clase de teatro, y que tampoco la dejará comer torta (además tiene encerrada en un convento a su otra hija). Por su parte, el padre es un idiota total y un dominado, que no está para nada convencido de los modos de su mujer y de la institución a la que pertenecen. Por último, está también Jesús, un compañerito de Alexia, de quien ella gusta. Será este personaje la clave de todo el film.
Mientras la madre y los malvados del Opus creen ver en la actitud de Camino una excepcional muestra de santidad, Fesser nos muestra que la niña en realidad se está creando su propio mundo a modo de defensa. Hay un choque entre lo que muy perversamente la madre y los del Opus quieren ver y el mundo particular y de fantasía que Fesser le crea a su protagonista. Mundo en el que finalmente, cuando muera, podrá encontrarse con su Jesús, y no con el Jesús-Cristo de los chupacirios. El aplauso en el momento de la muerte de la niña corona esta idea.
La cantidad de golpes bajos y de atrocidades es mucha. Pero haré referencia a una secuencia particular. El padre, a quien Fesser muestra como el único que ve que la madre y los secuaces de Obra están torturando aún más a la pobre Camino, decide ir a comprarle la ansiada torta a su hija. Y así cae en el local de la familia de Jesús. Allí se da cuenta de quién es el niño, y en quién piensa realmente su hija. Entonces, sale apuradísimo de este local para llevarle la torta a Camino y comentarle que vio a su Jesús. Pero esto nunca sucederá. Un accidente de tránsito terminará con su vida (claro que el choque está prolijamente filmado). Así actúa Fesser. Como buen ateo que toma el lugar de Dios (aunque no lo sepa, porque es incapaz de manejar estas ideas), juega con sus criaturas para, en este caso, pegarle al espectador en lo más bajo, con un único objetivo: atacar la Fe y meterle ideas falsas, sobre la religión y sobre el mundo.
Fesser es eso: un hombre puesto a ser un dios, que comanda su supuesto arte en pos de darle a sus espectadores dos horas de tortura. Así, hace su parodia de La Pasión, en la que no se persigue ninguna Salvación sino que en ella se retrata “el poder de la imaginación”. Fesser nos quiere vender su imaginación berreta, sus sueños horribles e imágenes oníricas. Reemplaza la religiosidad por la estupidez de su mundo de fantasía (y antes trata de aflojarnos a golpe de calamidades varias). De ninguna manera opone a lo profesado por el Opus algo diferente, otra religiosidad. Tal cosa está ausente en el film. Por ello es que sería desacertado pensar que se trata nada más que de una crítica hacia la prelatura aludida.
Y lo peor de todo esto (que además tal vez sea que lo me ha llevado a escribir estas líneas) es que algunos han querido justificar al español diciendo que muestra lo sagrado, lo trascendente, lo religioso y la fe tal como deberían ser, en lugar de como esos mismos conceptos son manipulados por el Opus Dei (y la Iglesia Católica toda). Claro que –evidentemente- se trata de gente que no tiene ni la más mínima idea de lo que tales cuestiones significan. Ni siquiera desde un punto de vista profano o antropológico.