jueves, febrero 21, 2008

Es muy posible que con Promesas del Este David Cronenberg haya hecho su mejor película. Esa impresión ya la había dado con su anterior film: Una historia violenta, pero ahora el canadiense parece haber alcanzado un punto muy alto. Sus obsesiones, su costado truculento y su retorcida visión del mundo siguen estando, pero tamizadas por un equilibrio espiritual que ciertos artistas alcanzan en su momento de esplendor –nos permitimos usar una expresión que muchos se negarían a reconocer en este autor-. Así como el De Palma de Misión a Marte y el Ford de Más corazón que odio, así el Cronenberg de Promesas del Este. Y esa característica vuelve a su cine más profundo, y también más ordenado y claro, con una dirección determinada. Primera historia y segunda historia. Puesta en escena simbólica. Su película más luminosa, aunque no le falte amargura. Y tampoco la ironía. Pero no deberíamos confundirnos: hay ironía, hay cierto tono paródico, pero eso sólo se queda en el plano de la representación, porque lo que corre por debajo va muy en serio. Cronemberg nos regala un cuento de solidaridad y amor, horroroso muchas veces, pero que gracias a la santidad de Anna (Naomi Watts) y al poder decisionista y los sacrificios de Nikolai (Viggo Mortensen) –el héroe que no duda en hundirse en el barro por una causa mayor- puede ser también muy bello.

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