miércoles, enero 30, 2008
martes, enero 22, 2008
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En la última actualización del sitio apareció una columna de Juan E. Lagorio (a él nos referimos) que promete ser mensual.
El texto es excelente. Como siempre, el autor intenta ir al fondo en cuanto al sentido último del cine.
De paso me sirvió para tener un fondo teórico sobre el cual sostener mi negativa opinión acerca de los últimos trabajos de Tarantino y Rodríguez. Estaba por escribir al respecto, pero ya no lo haré. Sólo sé que de hacerlo, aplicaría las ideas vertidas por Lagorio en su texto.
Aquí se lo puede leer: http://www.miradas.net/2008/n70/opinion/eutrapelia.html
viernes, enero 11, 2008
Cierta infamia de cuño liberal-burgues
En el último número de El Amante hay una cobertura importante de El hombre robado, debut del director argentino Matías Piñeiro. Recuerdo haberla visto durante el último Bafici, y si bien estuvo lejos de parecerme una gran película, su costado nouvelle vague me había caído simpático.
Bueno, en la revista hay una serie de declaraciones del director que lo muestran muy afrancesado, muy “intelectual” a la manera europea. Y entres esas declaraciones se encuentra la siguiente:
(..) En la ciudad aparecen como bombas las posibilidades de construcción de relatos: el botánico, que es junto con el zoológico una idea de Sarmiento, está lleno de personajes que remiten a La metamorfosis de Ovidio; en el campo de Rosas, una vez ganado ese territorio a la barbarie, lo que Sarmiento hace inmediatamente es civilizarlo, promover zonas de estudio de la flora y de la fauna para revertir los efectos causados por el régimen anterior(…).
La sombra terrible de Sarmiento sigue siendo evocada. ¿Quién iba a decir que iba a aparecer en un lugar tan insólito?
En realidad no tanto, el “cine independiente” (o gran parte de él), es en cierta forma el último avatar de cierta conciencia burguesa, que tan nefasta fue y sigue siendo para el país que la acoge.
Fuera de lista: Desapareció una noche
En esta oportunidad me pasó con Desapareció una noche (Gone baby Gone), ópera prima del torpe actor Ben Affleck, que en su debut tras las cámaras demostró ser un director con un pulso más que interesante.
Se trata de una de esas películas que quitan el aliento, que lo dejan a uno con un cierto malestar. Esas películas que provocan alguna incomodidad, pero no porque busquen deliberadamente “molestar” al espectador o vaya uno a saber qué otro tipo de procedimiento “modernista”. Genera eso simplemente por las cosas que hay en juego en el relato: dilemas morales, angustias personales y sociales, violencia, horror cotidiano. Aspectos que de por sí sólo pueden incomodar a nuestra sensibilidad; sin embargo, cuando hay un director con la mirada bien dirigida, sobre todo podemos pensar para arrimarnos a esas cuestiones desde la incomodidad pero nunca por ser chantajeados emocionalmente. Ben Affleck ha hecho una gran película: decidida, firme y compleja, de una factura formal irreprochable y, sobre todo, muy profunda, que abre el juego a diferentes posturas (éticas, morales y religiosas) pero siempre mirando desde un único centro (ese es el trabajo del artista). Una mirada desoladora sobre una sociedad que parece haber perdido casi por completo toda posible conciencia de trascendencia, cuya concepción materialista ha derivado en el horror pleno. Un mundo caído visto por la cámara de un director que parece tener mucho para decir con sus imágenes. Y también, un mundo caída visto y explorado por una persona que trata de entender y ordenar: Patrick Kenzie (Casey Affleck), uno de los héroes mejor construidos en mucho tiempo.
El plano final, ya destacado en varios lugares, es el mejor ejemplo de cómo se deben considerar y concebir las imágenes para que éstas formen parte del Cine y no de un simple objeto audiovisual.
Muy bien por Ben. Como me dijo un amigo: “le encontramos una profesión”.