
En esta oportunidad me pasó con Desapareció una noche (Gone baby Gone), ópera prima del torpe actor Ben Affleck, que en su debut tras las cámaras demostró ser un director con un pulso más que interesante.
Se trata de una de esas películas que quitan el aliento, que lo dejan a uno con un cierto malestar. Esas películas que provocan alguna incomodidad, pero no porque busquen deliberadamente “molestar” al espectador o vaya uno a saber qué otro tipo de procedimiento “modernista”. Genera eso simplemente por las cosas que hay en juego en el relato: dilemas morales, angustias personales y sociales, violencia, horror cotidiano. Aspectos que de por sí sólo pueden incomodar a nuestra sensibilidad; sin embargo, cuando hay un director con la mirada bien dirigida, sobre todo podemos pensar para arrimarnos a esas cuestiones desde la incomodidad pero nunca por ser chantajeados emocionalmente. Ben Affleck ha hecho una gran película: decidida, firme y compleja, de una factura formal irreprochable y, sobre todo, muy profunda, que abre el juego a

El plano final, ya destacado en varios lugares, es el mejor ejemplo de cómo se deben considerar y concebir las imágenes para que éstas formen parte del Cine y no de un simple objeto audiovisual.
Muy bien por Ben. Como me dijo un amigo: “le encontramos una profesión”.
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