martes, septiembre 19, 2006

Siempre la misma pregunta: ¿qué es el cine?

Entrar al templo, mirar de reojo impunemente al resto de los presentes intentando adivinar si serán también devotos o simples curiosos. Sentarse y esperar la oscuridad, sólo para que la pantalla, segundos después, haga la Luz. Que empiece el ritual.
Si tenemos suerte, si la gracia nos acompaña, lograremos dar otro paso (siempre hacia lo alto). Para eso será necesario toparnos con la obra de un artista capaz de mostrarnos -de ofrecernos- la parte de un todo que sólo se completará en nosotros, si queremos y si somos capaces de aceptar la voluntad. Pero no siempre sucede: a veces, el rito no se lleva a cabo. Y lo que debería ser una Experiencia, es sólo tiempo perdido. Tiempo violado. Tiempo mal empleado por chantas, mentirosos o, peor todavía, por aquellos revolucionarios de turno que piensan que pueden hacer del arte un simple instrumento utilitario para sus intenciones bienpensantes (esto en el mejor de los casos). Pero el Cine, sus grandes nombres, nos han ensañado, por medio del símbolo, a distinguir a la carroña de los verdaderos creadores. Con tantos años de historia, con todas sus batallas, con sus metas alcanzadas (todavía le queda lograr la última y la más difícil), el Cine nos ha provisto de los elementos necesarios para poder separar lo que es realmente trascendente de lo que es meramente accidental. Lo que es Tiempo de lo que es época. Fuimos iniciados en y por el Cine y eso nos permite no ser engañados, no ser persuadidos, no ser poseídos por lo ajeno (los bienpensantes quieren hacernos creer, en vano, que fuimos mal “educados” por un medio puramente audiovisual, y eso les pasa porque sus prejuicios liberales sólo les permite pensar en términos materiales). Tenemos, gracias al Cine, el poder de distinguir lo que es Cine (como concepto, como idea, como arte) de lo que no lo es. Sabemos que no todo el cine es Cine. Y por eso escapamos despavoridos cuando, en el templo, somos testigos de aquello que nunca hubiéramos querido ver, y que sin embargo abunda en demasía (y, lo que es peor, tiene sus seguidores, tan seguros de sí mismos que se olvidan de lo esencial).
Pero cuando el cine es Cine (y si el cine no es Cine, en realidad, no debería ser llamado cine) el mundo encuentra su centro (¿será esa la última misión del cine?) y nosotros encontramos el lugar en él para acceder al Conocimiento y a la Plenitud. Es ahí cuando por medio del rito de la puesta en escena, accedemos a otro estado. Si recordamos lo que decía Schopenhauer, para quien “arte”, “filosofía” y “santidad”eran manifestaciones de lo mismo, podremos intentar determinar cuál es el último y el verdadero valor del Cine y qué es aquello a lo que nos acerca: a una verdad, y tal vez, si el artista es capaz y si nosotros somos capaces, a La Verdad.


1 comentario:

M. dijo...
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