viernes, septiembre 22, 2006

Lo que el cine me da (crónica de miércoles por la noche)

Estoy tirado en mi cama, de costado, mirando en dirección a la televisión, donde se suceden esas imágenes que resumen Todo y que nunca se agotan, que se renuevan y completan en cada nueva mirada, y que también renuevan esa mirada que las mira, siempre sorprendida, fascinada, atenta y despierta pese a la hora y al sueño que intenta apoderarse de ella, de su dueño en realidad, que soy yo, otra vez perdido en la noche y encontrado en mi lugar del mundo, porque ante ciertas manifestaciones, cualquier espacio-tiempo se transforma en el Centro, y uno queda allí en equilibrio con el resto de las cosas, consciente de la condición privilegiada de estar en un estado de gracia que inevitablemente nos cambiará: así me encuentro, mirando lo que ya vi mil veces pero que sin embargo miro por primera vez, y me mira -el artista, digo- que es el medio, y me invita a formar parte del rito y a entender, pero ese entender –esto uno lo entiende en el camino- es siempre una busca, constante, pero llena de logros parciales, y cuando uno alcanza alguno ya sabe que tiene que salir tras otro, pese a la hora, a la noche que sigue pasando, a lo que sabemos que nos espera en horas, y ahí surge la tentación: mejor acostarse, descansar, cerrar los ojos, porque está por llegar el día, otro más, cotidiano, y uno, en su caída, tiene que estar disponible, pero ¿cómo interrumpir el ritual?, ¿cómo cerrar los ojos?, no puedo, la tentación es débil ante tanta fascinación y sed de conocimiento, entonces no pienso dormir, ya pasó la primera parte, y ahora veo la segunda, la más larga, la más trascendente, y descubro más simetrías, encuentro otro orden nuevo, ese mundo se va cerrando, siempre en equilibrio y resignificándose para brindarme la llave de acceso a todo el símbolo, y el tiempo de ese mundo va al pasado y vuelve, y uno resignifica al otro, y vemos el inicio de la gran tragedia, y cómo quien parecía ajeno a ella (eso lo vi en la primera parte) es el destinatario final, el encargado último de llevar adelante ese otro Orden, el más grande, el fatal, el aterrador y genial, ante el cual todo sacrificio está permitido pero, que al ser simplemente humano (aunque la voluntad parezca de otra naturaleza) y autónomo pese a la fe de sus hacedores, sólo terminará como una Tragedia mayúscula puede hacerlo, y yo puedo contemplar y descifrar todo lo que hay detrás si quiero y me atrevo, porque ya sé que es posible y que las pistas están ahí, si las ordeno en mi cabeza (siempre hay que ordenar eso que el cine ya nos dio ordenado) voy a ser capaz entender, y lo hago, pese al sueño y esas cosas que vuelven a acosarme y acusarme, justo ahora, cuando creo que estoy cerca y, ay, todavía me queda leer, había pensado eso, y no creo que pueda, y qué hago haciendo esto a estas horas (las reales, no las del tiempo mítico, que es el del cine y es el que importa), porque por más que me cueste reconocerlo, trágicamente, pertenezco a las horas, esas que me establecen que ahora debería estar durmiendo para que en unas horas más haga lo que debo hacer, y qué angustia, y es otra noche igual a las otras noches llenas de esas mismas angustias (y de otras tantas, que en el fondo acaban siempre en una sola pregunta, la fatal, la que parece no tener respuesta), pero bueno, ésta noche no es igual, ahora estoy mirando y siendo testigo de la belleza, una que me ofrece tanta agua para apagar tanto fuego, y creo entender que en esa belleza puedo obtener algo nuevo, aunque a primera vista, esa que se hizo presente hace mucho tiempo para luego ser superada por completo, sólo se trate de mafiosos, de familias, de política y violencia y odios y amor y muerte, pero que luego se devela como la voluntad de un artista genial (demasiado para estos tiempos, como lo son sus héroes) que me ensaña a imaginar simbólicamente, a entender el Mundo a través de esos otros creados por sus imágenes y por oposición a éste mundito que habito, que me lleva -ese artista, vuelvo a decir- siempre a pensar por simetrías hechas de puesta en escena, ese rito que me permite no cerrar los ojos, hasta que la última voluntad de mi voluntad sea llevada a cabo y finalmente pueda obtener una porción de verdad.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

ZARPADO!!!

M. dijo...

qué enreversado estás ultimamente... decí que alguna vez hablé con vos y entonces te entiendo... ordeno tus reflexiones aunque nos las des ordenadas, encuentro las simetrías en tu discurso y obtengo una porción de tu verdad... y finalmente te digo, espero algun día poder ver todo eso que vos ves... por ahora no dejo de intentarlo.